Federico Cendejas Corzo*
Ayer, en un lugar más cerca de lo que te imaginas, vivía un muchacho llamado Pablo, tenía más o menos 13 años y cursaba, si no mal recuerdo el segundo año de secundaria.
De semblante serio, mirada profunda y triste, una facha desolada. Pablo siempre caminaba cabizbajo por los pasillos del Honorable Instituto de Educación Secundaria (HIES), callado, tímido e incluso misterioso, ni brillante, ni tonto, siempre en un mundo distinto al de los demás o quizás en el mundo verdadero que sus compañeros posiblemente no conocían.
Un día martes, al bajar Pablo del camión del transporte público, llovía fuertemente, pareciera que el cielo se caía a cántaros y la caminata de cuatro calles sería interminable en un día como aquel. Resignado a empaparse, caminó lentamente a través de las calles aproximadamente a las 7 de la mañana, bajo un aguacero inclemente.
El frío del clima y la lluvia hicieron que hasta el más recóndito de los rincones de Pablo se congelara, llegó al salón más que empapado, escurría, como si acabara de salir de una alberca, temblaba cual perro faldero asustado.
Sus compañeros, húmedos solamente de los zapatos, por haber sido depositados por sus padres bajo el cobijo de un paraguas en las puertas del HIES y el Profesor de Biología, encargado de dar su materia a primerísima hora, lo miraban con ojos de sorpresa, ni siquiera una risita furtiva a aquella imagen tan deplorable que aparecía ante sus ojos. Tras un silencio prolongado Pablo se acercó a su asiento, dejando tras de sí un caminito de gotas que pareciera un arroyo miniatura.
Al buscar dentro de su mochila mojada, el húmedo libro de Biología, notó algo extraño entre sus cuadernos y pertenencias, había un sobre rojo, que nunca había visto antes, lo tomó y lo abrió fácilmente debido a lo húmedo que estaba, adentro, una tarjea blanca en la que se leía un letrero escrito a mano: “Te quiero desde mi mundo”. Desconcertado volteó a ver a sus compañeros, 28 miradas distintas, algunas poniendo atención al “bla, bla, bla” de la clase y otros absortos en sus ideas o dibujando cosas sin sentido, ninguno parecía ser el culpable del recado.
Sintió de repente una felicidad extraña, casi nunca se sentía de ese modo, hasta estaba a gusto, a pesar del frío y el agua helada que aún traía encima. ¿Quién podría haberle enviado ese mensaje? ¿Sería una broma de mal gusto? ¿En verdad alguien lo quería?, Ni siquiera sabía el nombre de todos sus compañeros del salón y ahora existía la posibilidad de que alguien se hubiera fijado en la existencia de Pablo.
Al salir de la escuela, y ya con síntomas de resfrío por su travesía bajo la lluvia, recordó el recado y decidió no decirle nada a nadie, como era su costumbre y quedarse con la duda de quién sería la persona que se lo envió, simplemente ahora, dentro de sus mundos, sabía que alguien en alguno de los otros mundos ajenos a él, lo quería.
* Estudiante de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Anáhuac.
No hay comentarios:
Publicar un comentario