3 de julio de 2011

Felices para siempre (Relato)

Sofía Suárez Somohano*
Henry Moore. Rey y Reina 1952-53
En los tiempos de mi madre, había cualquier cantidad de parejitas en la clase, estaban los “matados” aquellos que se sentaban en la primera fila y te podían explicar cualquier asignatura; los “fiesteros” la parejita que parecía mantelito de todas las celebraciones, santos y días festivos;  los “melosos” esos que derramaban miel por todos los pasillos y no dejaban de hablarse en diminutivo, creyendo que así nos podíamos dar una idea de su gran amor; “los feos” esos pobres feos; “los pijos” que muchas veces llegaban a ser insoportables, y bueno, algunas especies más de enamorados, que podían ser parecidos entre ellos, y podían pasar casi inadvertidos.

Pero los que siempre causaban revuelo y sensación y eran la pareja más comentada de toda la periferia eran… ¡ tarantantán! (que suene con bombo y platillos por favor) : ¡los guapos! Sí, ha leído usted muy bien, los guapos, esos seres fuera de lo común, sobrenaturales, que parece que tienen un halo de luz que irradia de toda su persona, que caminan con un aire de despreocupación, caballero y doncella salidos de algún cuento medieval. La chica y el chico guapo de la clase que una vez que se reconocían el uno al otro no podían hacer más que amarse irremediablemente, (casi como por designio divino) , eran la parejita del año, los reyes de los bailes de primavera, además de ser los más felices por siempre, (como todos los cuentos donde ya no los buenos triunfan, sino los “visualmente atractivos”). Y bueno, eso no se discutía más, cada quien jugaba el papel que le había tocado y todos vivían en orden, en paz y contentos.

Eso era antes, aquellas épocas de cuando los que ahora son viejos, eran jóvenes y “hermosos”. Ahora las cosas han cambiado, en estos tiempos las abuelas y las madres te dicen que eres guapo y galán y se supone que debes creerles, pero a mi esas historias no me convencen.

Y bueno, la verdad es muy diferente, en el fondo las formas cambian, pero las estructuras siguen siendo las mismas, por muchos esfuerzos que se hagan sobre resaltar la “belleza interior”, que lo que realmente importa es ser tú mismo, que ahí radica la auténtica grandeza de una persona y un montón de cosas más. Lo cierto es que estos tiempos son muy contradictorios sobre todo cuando veo los escaparates, anuncios publicitarios, televisión, presentadores y  todo tipo de espectáculo que celebran a aquellos quienes tienen por mayor talento su atractivo físico y hacen de ello un objeto de admiración. Y en estos contextos un feo se las ve muy duras.

Ante esto el acusado tiene dos cosas que decir: Me llamo Rutilio Nepomuceno y como podrán imaginar soy feo, extremadamente feo, mi cara es fea, mis gafas anticuadas, mi cuerpo, mi ropa, mi peinado, mi risa, mis gestos, ¡vaya, mi nombre es feo! y no terminaría de contarles, así que créanme, sí que sí, soy feo. Y bueno, la otra cosa que quiero decir es que no estoy peleado con nadie, todo lo contrario soy un pacifista, amante de todo, y los guapos no me caen mal, ¡cómo podrían caerme mal!, si por una chica bonita comienza esta historia.

El primer día de Universidad, bienvenidos a la Universidad Complutense de Madrid, la facultad de Ciencias de la Información me abría sus puertas de par en par. La vi, y sentí un disparo al corazón. Al instante pensé en aquel poema de Miguel Ramos Carrión, en la salmantina de rubios cabellos y ojos que parecen pedazos de cielo, y suspiré profundamente. En mi primer día de clases no había atisbado mi vocación, pero sí encontré a mi amor platónico y al mejor motivo para despertar todas las mañanas sonriente. Ansioso de verla para espabilar mis somnolientos ojos.

Por mucho tiempo solo me limité a ser su “fan” número uno, después me fui haciendo la idea de que no dejaría de ser un fantasma para ella. Habían más chicos alrededor de ella mucho más apuestos que yo, dispuestos a conquistarla hasta sus últimas consecuencias. Sin embargo mi cariño era puro y sincero, ¡pero vamos! A quién le pueden importar los sentimientos nobles de un feo. Por mucho que los demás tuvieran intenciones no tan benévolas, por mucho que hablaran de puras tonterías para impresionarla, ¿quién iba a escuchar a un cuatro-ojos? Así que conciente de mi fealdad y de mi poca oportunidad para competir con mis compañeros lo dejé así, y es que ¿quién mejor que un feo conoce a una sociedad tan superficial como la mía?; pues sí, pequé de falto de confianza en mí mismo.

Un día, mientras me dirigía a la cafetería por algo de comer, vi a mi salmantina de rubios cabellos entretenida leyendo un libro de poemas, y cambió totalmente lo que yo pensaba de ella. Me quejaba de ser juzgado por mi aspecto físico pero yo hacía exactamente lo mismo con ella.

Así que esa tarde le devolví una ilusión a mi triste corazón. Y decidí conquistarla, empecé a mandarle cartas y a escribirle poemas todos los días, firmando como “tu fiel admirador”,  para que no supiera que era el “Nepo” el compañerito ese feo que se sentaba atrás y se decepcionara terriblemente. Tenía que actuar con cautela.

Y fue que conforme fui dejando que me conociera la conocía más a ella. Acordamos mediante cartas (aún sin conocernos físicamente) tener un buzón para comunicarnos. Y descubrí que era una gran amante de la literatura y el arte.  Yo no podía esperar, solo quería llamar su atención y hacerla feliz con lo único bonito que yo sabía hacer que era escribir; y en tarjetas su “fiel admirador” le dejaba invitaciones sobre conferencias, talleres, seminarios, y cursos que La Casa del Estudiante de nuestra Universidad organizaba. Y ahí desde un rincón yo era testigo de su enorme satisfacción al participar en aquellos eventos, relacionándose con jóvenes con las mismas inquietudes que ella, haciendo amigos, opinando, escuchando, abriendo las fronteras de su mente. Pero siempre al final buscando con una mirada tímida a ese galán que un día tendría que conocer, sospechando que desde alguna parte la observaba.

Le mandaba mis columnas y artículos que escribía en algunas de las publicaciones de la Universidad, como las Revistas “Trazos”, “Jugar con fuego”, “El periódico del arte” y muchas más. Y siempre emocionada me respondía lo que ella pensaba, en los acuerdos y desacuerdos que tenía de lo que yo escribía, de sus impresiones y reflexiones de las actividades a las que le invitaba. Y fue creciendo el rumor entre sus amigas primero, después en la clase de que Viridiana tenía un pretendiente con un verso y una prosa  tremendamente cautivadora, que hacía que las chicas se volvieran locas y que sintieran mil mariposas en la panza. ¿Quién es?, ¿Quién será Viri?, no lo sé, pero me encantaría conocerlo, debe ser un hombre simplemente bello, no puedo pensar otra cosa más de él.

Y sí, llegó el día en que habría que ser valiente y presentarnos. Acordamos de vernos en la entrada del metro Ciudad Universitaria para ir a dar una vuelta. Y cuando me vio, me reconoció, sonrió ampliamente y corrió hacia mi, (y mira  que ya dije que los cuentos solo son para la gente guapa), pues sí corrió y me dio un beso… Y me dijo todo lo contrario a lo que yo habría pensado (algunas de esas frases heroicas de, “ El físico atrae pero la personalidad enamora” o “Oh Nepo, eres raramente atractivo- con eso de que lo raro es pariente de lo feo)  y no fue así, con vos firme, Viri y la vida habían decidido darme una lección para todos aquellos que juzgamos por lo que vemos; rodeándome el cuello con sus brazos, me dijo: “lo malo de la belleza física es que dura muy poco , y tú, Nepo, has sabido ver mi alma, y nunca antes nadie se había fijado en eso, siempre por mi aspecto”. Y sí, también fuimos felices para siempre.

*Estudiante de la carrera de Comunicación en la Universidad Anáhuac. México Norte. 

1 comentario:

  1. Encontré de casualidad este blog, me gustó tu historia, además de dejar una moraleja importante.

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