Armando Zamora Quezada
(Discurso del representante de la X Generación de la Maestría en Educación Ambiental de la UPN Unidad 095 Azcapotzalco)
“Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡que maravilla! ¡Soy un poeta!, ¡soy un poeta importante!, ¡soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie y en la casa menos:
Nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón…”
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila
“El Peatón” de Jaime Sabines
Los educadores ambientales tampoco tenemos esa estrella en la frente que nos haga visibles, como dice Sabines, pero después de tres años si tenemos mayor certeza de nuestra misión educativa.
Buenos días a todos, gracias por acompañarnos el día de hoy en que el posgrado de la unidad 095 de la Universidad Pedagógica Nacional hace su decimo corte en el proceso de formación de educadores ambientales.
Tengo el honor de agradecer a todos los que intervinieron en nuestro proceso y especialmente al colegio de maestría en educación ambiental porque creyó que un grupo de profesores podría hacer la diferencia en una época de crisis planetaria. En nombre de la décima Generación de este programa académico voy a dirigirles unas palabras que dan cuenta de la formación integral de casi tres años que provocó que adoptáramos a la educación ambiental como una nueva forma de vida.
Todo comenzó con la primera junta de información sobre esta maestría que se dio en un salón como para 20 alumnos y que al final se convirtió en espacio para más de 100 aspirantes. Lo que de entrada nos dejó ver que esta institución no flotaba en una realidad de lujos y progreso sino que, ahora lo puedo decir, asume su postura por convicción. Recuerdo que el coordinador de posgrado de esta unidad nos dirigió unas palabras caracterizando el enfoque. Hablo de diferentes campos de conocimiento y mencionó que la parte natural que todos pensamos que estaría presente no llevaba el acento en esta formación en la que, por cierto, nos darían lo mejor que han construido para este programa resultado de más de 20 años de trabajo.
En esta junta nos dijeron que nos ofrecían solamente un diplomado y que en el trayecto se gestionaría la posibilidad de abrir la decima generación del posgrado. No sonaba muy atractivo y menos cuando mencionaron que el programa estaba en resistencia. Preparamos los documentos para la inscripción al diplomado sin muchas esperanzas de la maestría y no todos decidieron quedarse, puesto que buscaban algo más seguro.
Siendo ya solamente 70 aspirantes comenzó el diplomado con temas de ecología, economía, política, cultura, arte y otros pero siempre con la educación pegada para explicar lo que es la crisis ambiental. Al inicio no todos entendíamos de estos temas, aún con las lecturas propuestas, ya que nuestros perfiles eran muy variados, pero poco enfocados a estos campos del conocimiento.
En el despegue, se dio un gran choque entre nuestros hábitos de vida y la vida de estudiante, ya que ponerse la camiseta de alumno después de algunos o muchos años requirió de constancia y tiempo, aspectos que estaban ocupados en otros menesteres.
Durante el diplomado se fueron retirando otros compañeros, las causas fueron diversas, pero lo que teníamos en común los que nos quedamos fue que le encontramos sentido a la educación desde una mirada distinta. En esta etapa el colegio de posgrado fue midiendo la dosis que nos inyectaba en cada sesión. El diplomado fue la primera gran dosis, que como sustancia activa tenía la experiencia de docentes convencidos de que este campo es una excelente alternativa en estos tiempos, maestros como José Luis Silverio, Armando Meixueiro y la maestra Juanita a quienes agradecemos y reconocemos su acompañamiento.
Al final del diplomado solamente éramos 50 sobrevivientes, el filtro funcionaba a la perfección, estaba quien quería y había aprendido a disfrutar de esta nueva experiencia. Para cerrar esta primera etapa, presentamos un anteproyecto en el que imprimimos nuestra huella con el peso y la firmeza alcanzada hasta ese momento del viaje ambiental. Las críticas del colegio fueron difíciles, sobre todo porque fue el primer producto que dejó ver, mejor que en cualquier examen, cara a cara y solo en tres minutos, nuestras fortalezas y debilidades.
Con esto, nos dieron el primer adiós y la noticia de que sí se abriría la maestría, pero que el cupo era solamente para 30 alumnos. Comenzó la espera para el examen de ingreso, los nervios y la incertidumbre nos invadían, fueron días de sufrimiento porque existía la posibilidad de perder el contacto con un campo que se había apoderado de nuestros intereses académicos.
Llegado el día del veredicto final para saber quienes fueron los elegidos, acudimos a la unidad en busca de nuestro nombre en las listas, solo 30 figuraban generando grandes emociones. Felicidad y asombro, negación y aceptación, en algunos molestia porque después de este diplomado vivido en el que habíamos criticado, entre otras cosas, la falta de cobertura educativa en el sistema, ese día se estaba viviendo en carne propia.
La indicación fue que comenzaría el proceso y que el examen de nuevo ingreso se presentaría en los próximos días. Al cabo de los primeros meses, olvidamos el dichoso examen, los maestros nos decían que probablemente ya no se presentaría y así fue. Seguramente nuestra inscripción sin examen fue lo más difícil de la gestión. Es increíble que lo hayan podido lograr en una época en que las pruebas estandarizadas miden los conocimientos de una persona para poder acceder a la escolaridad. Esta es una de las primeras acciones que hacen diferente a la nueva generación, la GENERACIÓN “X”.
Ya en el primer semestre de la maestría, no sentimos mucho el cambio, los temas eran los mismos solo que con mayor profundidad, poco a poco los textos a leer se fueron haciendo más grandes y complejos, pero teníamos una base que nos permitía movernos en la cancha. Tres materias, cada una con una meta distinta pero con la mirada fija en el punto en común, la educación ambiental.
Palabras como crisis de civilización, crisis ambiental, modelo de desarrollo, sustentabilidad, medio ambiente y educación se fueron oyendo cada vez más en nuestras participaciones. Comenzamos a criticar primero en lo anecdótico de nuestra práctica docente y luego poco a poco el sustento teórico se hacía evidente en los discursos. El grupo fue creciendo, la fraternidad se presentaba para sacar el trabajo adelante, el grupo se consolidaba con cada actividad que trabajamos, no había protagonismos, ni división de equipos antagónicos, había escuchado hablar de la democracia en la educación pero nunca la había vivido en una dosis aplicada tres veces por semana.
La carga de lecturas se incrementaba paulatinamente, unas veces por tarea otras por la necesidad cada vez más grande de entender para comprender. El ritmo de la escuela no dejaba decaer el ánimo y menos cuando se nutrió con las prácticas de campo.
La educación ambiental es un campo que se tiene que vivir para formarse en él. Vivir cerca del ambiente implicó visitar lugares fuera de nuestra megalópolis, convivir con personas de diferente cosmovisión fue muy formativo. Entendimos que las necesidades a las que responde la educación no se crean en un escritorio ideando cómo ayudar a mejorar a cierto grupo de personas, más bien primero debemos aprender a escuchar las palabras, los mensajes y los llamados de auxilio tan endémicos y tenues que difícilmente se perciben desde la oficina institucional.
Al principio de este proceso de formación andábamos como a ciegas, los maestros del colegio nos daban las pistas, nos decían “Aquí hay educación ambiental”, pero no podíamos verla, los veíamos atentos, centrando su mirada en aspectos que eran irrelevantes para nosotros, ¿qué veían que nosotros no podíamos ver? Era la pregunta que nos hacíamos cuando llegábamos a un lugar, leíamos un texto o veíamos una película. Era desesperante no saber qué teníamos que escribir en una sola cuartilla cuando todo el texto nos parecía importante. Comenzamos haciendo resúmenes de las lecturas, porque eso es lo que generacionalmente aprendimos a hacer, escribir nuestra opinión nos parecía un atrevimiento que podría meternos en apuros al momento de explicar en clase. Sabíamos repetir la teoría de otros, pero no producir nuestra propia teoría.
¿Qué provocó que nos atreviéramos a pensar, criticar y a escribir para proponer? Yo creo que fue la confianza y la lectura. Esa confianza que se construyó paulatinamente a lo largo de tres años en los que discutimos textos en clase, mismos que por cierto no se leen comúnmente en las escuelas formadoras de docentes. Esto con el acompañamiento del colegio fue causa de que saliéramos de nuestras zonas de confort a enfrentar a la tan temida, “hoja” o “bueno pantalla en blanco”. Una computadora que se fue llenando de letras, palabras, ideas y frases que apoyadas en la teoría configuraron los nuevos espacios a que nos enfrentamos. Asistimos a congresos, ponencias, conferencias, encuentros y para cerrar con broche de oro y comprometidos a poner en juego todo lo aprendido le dimos vida al II Coloquio Nacional de Educación Ambiental en Teapa, Tabasco. Fue un espacio en el que sin darnos cuenta, los expertos en el tema ahora fuimos nosotros, los estudiantes del cuarto semestre de la maestría, jugamos como locales aún en un estadio que no era nuestro, pero que se volvió parte de nosotros por tener el mismo objetivo en la mira: luchar contra un modelo de desarrollo neoliberal con un estilo de producción capitalista.
¿En qué momento apareció la educación ambiental en nuestro campo de visión? Considero que fue cuando aplicamos nuestros programas de intervención educativa, porque ahora, como si nos hubiéramos puesto unos lentes especiales, comenzamos a hacer comentarios sobre lo que vemos y lo que vemos son oportunidades de intervención e investigación.
La educación ambiental es un campo que tiene como objeto de estudio la transformación de las relaciones entre los seres humanos y la de estos con el medio ambiente. Nuestras intervenciones educativas ahora se insertan en este objeto de estudio, tomando en cuenta la situación como un sistema y no unicausal como lo veíamos antes, ahora el medio ambiente ha dejado de ser solamente la parte biológica o ecológica, considerando, por tanto, la esfera social, cultural y de producción. Cuatro esferas con relaciones e interacciones que permiten un acercamiento más profundo a la realidad, una realidad que como dice Paulo Freire está así… pero no es así y que hemos podido llegar a ver porque algunos educadores ambientales intervinieron en nuestras vidas.
Los educadores ambientales se caracterizan por salir de lo común, por tener un espíritu que, como lo dijo la maestra Juanita, se manifiesta en la irreverencia de sus acciones. Es por ello que finalmente, presento así a los educadores ambientales que cumplieron con creces la oferta hecha al inicio de este posgrado para una formación distinta:
Para armar las propuestas de intervención en educación ambiental fue necesario modificar nuestra práctica docente, para no seguir haciendo las mismas cosas y esperar resultados distintos. Agradecemos a la maestra Alma Lilia por su intervención en nuestro proceso.
Nuestro país se caracteriza por su multiculturalidad, por tanto intervenir en esta esfera del medio ambiente fue posible gracias a la visión que la maestra Blanquita nos ayudó a desarrollar.
Estar al frente de un grupo permite hacer un paneo del salón. De ahí se observa desde quien si hizo tu tarea o si leyó y se ve hasta el más mínimo movimiento de los estudiantes, lo que posibilita al educador dar la orientación debida y acertada como lo hizo el maestro Oswaldo Escobar.
Cuando una persona expresa sus ideas de cambio, quien lo escucha regularmente responde con la excusa “el mundo es tan grande que una sola persona no lo puede cambiar”. Ha sido difícil aterrizar las teorías en nuestra labor educativa, pero quien en este trayecto nos brindo su calma, paciencia e inteligencia para cambiar este pretexto por la acción fue la maestra Nancy Benítez.
La vocación del maestro siempre se percibe por la pasión en el trabajo, por la puntualidad para sus clases, un buen maestro se caracteriza por querer lo mejor para sus alumnos, les exige a que den el máximo esfuerzo, un maestro de maestros es aquel que impulsa el desarrollo integral de sus alumnos educándolos para la pregunta… y no para la respuesta, pero usar como recurso didáctico hasta una ventana para impulsarlos cuando no responden atinadamente a los cuestionamientos solamente el doctor Miguel Angel Arias.
Finalmente, con qué pregunta se les antoja que comience una clase, podría ser ¿trajeron su tarea? O ¿estudiaron para el examen? O tal vez ¿habrá ceremonia hoy? pero… quien se atrevería a comenzar una clase, en un día que para empezar es viernes por la noche, cuando de antemano sabes que la ciudad se prepara para un fin de semana de fiesta en el que además jugará la selección mexicana; a quien se le ocurre iniciar su clase, en un día que por si fuera poco es un viernes de quincena, preguntando ¿Cómo están?, ¿están contentos? Pues nada más y nada menos que al maestro Rafael Tonatiuh.
Y sobre todo hemos llegado hasta este día gracias al apoyo de nuestras familias quienes vivieron y resistieron con nosotros este camino de formación, pero no solo eso sino que además, se han sumado a esta lucha por intentar transformar este mundo, nuestro mundo. Educadores ambientales de este programa académico los invito a seguir con esta tarea de educar para transformar… Muchas gracias.
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