3 de julio de 2011

Recordando al Monsi (a un año de su muerte)

Miguel Ángel Arias Ortega*

En un primer momento tuve cierto nivel de temor para aceptar la invitación de Dany, ya que me declaro un desconocedor de la obra de Monsiváis, sin embargo aceptar, conllevaba conocer sus escritos y hablar sobre ellos, y por eso aquí estoy y me da mucho gusto compartir el espacio con mis grandes amigos y colegas.

Con una palabra puedo sintetizar mi experiencia en este primer acercamiento a la obra de Monsiváis: Descubrimiento.

Algunos de ellos:
Descubrí que 11, 500, 000 referencias son las que te aparecen cuando tecleas el nombre de Carlos Monsiváis en Google, si tomamos en cuenta que los resultados reflejan la cantidad de espacios donde has sido citado, mencionado o referido, si que el hombre era conocido.

Sí hablaré de él como lo que fue, un gran ensayista, escritor y cronista, pero me referiré más a la persona, a ese gran mexicano que es y que fue, porque lo que me interesa en estas líneas es resaltar el valor de la persona y lo que cada uno de nosotros es, da y piensa.

Dos son los referentes que tengo para expresar estas ideas, el primero es una entrevista que le hicieron en canal 40, donde conocí algunos datos sobre su vida, y el segundo, la lectura de este libro: Escenas de pudor y liviandad, donde conocí parte de su pensamiento y su sentir por una diversidad de temas, todos estrechamente vinculados a la vida cotidiana. En la entrevista descubrí a la persona, y en el libro, descubrí la agudeza de su palabra y la creatividad de su pensamiento para deconstruir la realidad cotidiana de nuestro México, en letras claras, en frases precisas y con adjetivos únicos.

Escenas de pudor y liviandad nos ofrece una crónica de lo que se vive en esta ciudad y en muchos de los rincones de este país. Hace una radiografía sobre lo que somos como mexicanos, de nuestros gustos —claros y obscuros—, de nuestra realidad machista y feminista, de la nostalgia, del amor y la vanidad, de la cursilería, de nuestros ídolos, de las borracheras, de la embriaguez, de María Felix, de Cantiflas y de Juan Gabriel, del albur, del chico de la ibero, de lo popular y de los salones de baile.

Henry Moore Doble óvalo, 1966
En cada uno de ellos recrea formas, texturas e imágenes que dan vida a sujetos cotidianos, aquellos a los que todos los días vemos y con los que compartimos nuestras venturas y desventuras en la extraordinaria, pero complicada ciudad de México.

Hace de la palabra, el vehículo para presentarnos una realidad, otra realidad, no la que algunos medios nos tratan de vender del país y de nosotros mismos, no. Esta es una realidad que no esconde la crudeza con la que viven y sobreviven millones de mexicanos, que no maquilla la violencia ni la desfachatez de nuestra clase política, es una realidad que advierte sobre la necesidad de mirar con otros ojos, todo aquello que nos acontece como individuos y como sociedad.

Una realidad que no esconde, por el contrario, resalta que seguimos siendo machistas…”Los Machos”, aquellos que dice “Péguenme aquí cabrones… al fin soy muy Macho ¡ Y lo describe así ¡

“…ser muy hombre es la cumbre más alta de la conducta, la victoria sucesiva y simultánea sobre la adversidad, el egoísmo, la sin razón, el ofuscamiento general que tacha tu entereza. ´Uno se recibe de hombre” (Monsiváis, 2007: 111). Obtiene el título de “Hombre” ¡

Pero también somos sensibles, tenemos nuestra parte sentimental, nuestra debilidad natural…

“Los mexicanos somos sentimentales por naturaleza. Cuando hay luna llena salimos a verla. Nos gustan los atardeceres. Amamos la naturaleza. Nos gusta ver una flor hermosa. ¿Sentimentales? Para la gente del norte quizá seamos cursis. Eso le da impulso tremendo y maravilloso a nuestras almas. Es natural para nuestra gente estallar en una canción. Mientras más simple es la gente, más hermosa resulta. En ellos se da un contraste: se enoja, pueden matar y quizá lo lamenten después, pero no saben odiar” (Monsiváis: 2007: 112).

Con ello desea resaltar la contradicción que tenemos al respecto, y que hacemos valer en una parte importante de nuestras acciones: ¿Soy macho?, Sí soy muy macho, pero sensible y sentimental ¡

La crónica social es recreada de manera única por Monsiváis, relata personas de carne y hueso…. Aquellas que encuentran en la televisión un medio para ver una realidad, una luz para ocultar sus frustraciones y desesperanzas. Hombres y mujeres que evocan situaciones similares para sí, tal como aparecen en las telenovelas.

Ustedes juzguen si conocen a alguien como la persona descrita por Monsiváis:

“Nunca imaginó algo semejante, ni en sus más locos y agitados momentos. ¿Quién le iba a decir que ella, una chava como hay tantas, como son todas, estaría junto al ídolo, cenaría con él, oiría de sus labios cosas maravillosas, frases tan inolvidables que ni siquiera logra escuchar, que la acarician, la enternecen y le hacen olvidar por un instante su estremecimiento? Cuando leyó en la revista TV y Novelas lo del concurso para cenar con el galán de moda, se rió sola y no durmió esa noche, pero luego ya no lo pensó más. Total, qué perdía, ella quería verlo, no solo en la telenovela sino cerquita, al alcance de la mano, segura de que ese sueño de todas las noches la miraba con fijeza, la atraía hacia sí, la besaba con suavidad, la besaba con pasión, la besaba con amor respetuoso, la besaba rigurosamente, le ceñía con un brazo inescapable… Trémula y palpitante, como ella misma lo definió, llevó la carta a la revista, le sonrió con timidez a la secretaria, se volvió a reír sola, bajó las escaleras ruborizada, aguardó días enteros y se olvidó del asunto hasta el telefonazo” (Monsiváis, 2007: 125)

“Las frases las recrean y enamoran, corresponden ardorosamente a su tibia, golpeada, inexistente, aplastante soledad, en medio de la cocina, la plancha, el estupor del tedio, el fracaso en la academia de belleza, el camino a la escuela de cursos rápidos, las horas ante la máquina. El momento sublime. Ya viene la telenovela que esperaban, ya se repite la broma sobre el parecido de una actriz con la más fea de las vecinas o de una vedette con la más casta de las impartidotas de la Doctrina en la parroquia. Ya viene el detalle imperceptible para los demás que las hará suspirar con Enorme Dicha, libres por un instante de la Horrible Desdicha de dedicar las horas del día a lo que no es importante, a lo que no es vivir a trasmano” (Monsiváis, 2007: 151).

Describe a jovencitas que expresan anhelos, pasiones y desventuras, que gritan en forma estridente que su único interés de vida es enamorarse y escapar de su dura realidad.

“Quizá no tiene razón pero Consuelo le atribuye su disponibilidad a las melodías que la hacen sentirse sensual, muy sensual, necesitada del amor bonito y del bueno, un amor del cual enamorarse y al cual cederle su gran secreto que es el ansia de amor. Así empezó todo. Para ella vivir es oír todo el tiempo una melodía subyugadora en la mente, y aquella tarde la escuchaba cuando la invitaron a salir, y por eso dijo que sí, y fue a sabiendas de las broncas con sus padres y de sus propios temores, porque al amor se le sacrifica todo, a esa ternura que alumbra la vida, a la mano fuerte que ceñirá dulcemente el taller… Por eso se arriesgó y acudió, eso fue lo malo o lo bueno, apenas si conocía al tipo pero los susurros al oído era casi baladas, se reía mucho, y se asustó mucho también cuando la canción se concretó de modo muy distinto al previsto, y al llegar a su casa a las cuatro de la mañana su padre la abofeteo y le agregó a los golpes un sermón sobre el abuso de confianza…” (Monsiváis, 2007: 157-158).

Expone la cursilería como formas de expresión de la desfachatez y arrogancia.

 “Prefiero la muerte a la gloria inútil de vivir sin ti, ´México, país de los cursis´, proclaman desde hace décadas analistas, periodistas y vanguardistas culturales. Los ejemplos se prodigan, y las playas se visten de amargura porque tu barca tiene que partir. Antes del enfrentamiento con los villistas, el Caudillo convoca a una junta de Estado Mayor para leer las poesías amorosas que escribió al alba. Ante el cielo azul de México, el líder del magisterio gimotea conmovido y le jura al Presidente de la República que ese mismo firmamento estará allí, a su regreso de la gira de buena voluntad. Poético, el cardenal compara a los niños con las azucenas y gladiolas. El dirigente sindical llora de emoción porque sus agremiados le han regalado un automóvil haciendo un meritorio sacrificio. Él, mucho lo agradece pero no puede aceptarlo, no se siente digno… y en un acto de supremo desinterés, le transfiere el regalo a su hija” (Monsiváis, 2007: 179-180).

La recreación de las cosas con sencillez y con gran atino, es el mayor atributo de la pluma de Monsiváis, características que llevó en su persona. Hombre de imagen y vestimenta sencilla, con un enorme anclaje en las cosas cotidianas y con la gente del pueblo, en lo popular, en uno más… de entre los miles que existen.
Esta características, me aventuro a pensar, hizo que su persona fuera reconocida en las calles, en el mercado, en el barrio, en la plaza…. siendo el gran escritor y ensayista que era. Y confirmo esta aventura, con las palabras, que a raíz de su muerte, expresó José Emilio Pacheco: “Perdemos al único escritor que la gente reconoce en la calle”. Y también con lo referido por el escritor Adolfo Castañón en su ensayo Un hombre llamado ciudad, quien lo considera, “el último escritor público en México”.

Deseo resaltar esta característica, porque hoy en día me pregunto, ¿cuántos de nosotros reconocemos en las calles a los escritores que leemos?, pocos, no me gusta utilizar la palabra muy, pero muy pocos creo yo!

En la entrevista que he comentado, Monsiváis relató que un día se encontraba tomando un café y en ese momento entraron unos sujetos a asaltar, cada uno de ellos despojaba de las pertenencias a los comensales, y cuando llegaron a él, le dijeron: “Maestro usted no…. Maestro usted no se preocupe”, ellos prosiguieron con los despojos y él terminó de tomar su café.

Deseo insistir en su sencillez, porque hoy en día y por cuestiones fortuitas vivo a una cuadra donde vivía Carlos Monsiváis, y al ver su morada, compruebo su humildad, sencillez y apego a lo popular, y reconozco en él, a una persona congruente con su pensamiento y con su actuar.
La presentación de la obra de Monsiváis es una empresa interminable, por el hecho que existe mucho por ver, conocer, interpretar y recrear de la misma y de su pensamiento. Por lo cual, no me referiré a su muerte como un hecho a lamentar, porque la muerte es nuestra única gran compañera en la vida, y porque concibo su trabajo como un gran legado, que debe ser motivación para muchos de nosotros; un impulso que nos lleve a mirar el mundo y a nosotros mismo desde otros ángulos, con otros sentimientos y con un profundo convencimiento de que uno de los objetivos fundamentales de la vida, es ser extremadamente felices con lo que hacemos.

Lamento su deceso? sí, pero sólo en los términos que Balduino Andreola lo hace:
“El lado más cruel de la muerte, es que las personas hacen preguntas al amigo y él ya no responde.”

Pero tenemos su obra, la cual… “es ya para siempre una obra escrita y solamente escrita; la ruptura con su autor está ya consumada; de ahora en adelante ingresa a la única historia posible, la de sus lectores, la de los hombres y mujeres vivos a los que alimenta”

En suma, la obra de Monsiváis aborda algo fundamental: la humanización de las cosas, de las miradas y de los análisis. Humanizar las cosas y socializar la cultura, podrían ser las frases precisas.

Deseo cerrar mi intervención con un relato:

Imagínense  ustedes —hombre-mujer—, que formaron una familia, con sus hijos, sus hijas… pero que en un momento se encuentran con una salud delicada, su familia se reúne para estar ustedes y se acerca su nieta más pequeña, esa que es la luz de sus ojos y le dice: Abuelo-abuela ¿Qué hiciste a lo largo de tu vida para que este mundo sea mejor?

Monsiváis ya respondió la pregunta, ahora nos toca a nosotros….

¡Muchas gracias!
*Palabras en Homenaje a Carlos Monsivais en el evento realizado en la UPN095 Azcapotzalco el 28 de agosto de 2010

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